Subió por la escalera y se encontró a Rita, la vecina del tercero; hacía tanto tiempo que había estado investigando sobre él que sabía quien vivía en cada planta y de cuantas personas constaba cada familia. Siguió su camino, llegó a la puerta y tocó el timbre. Una voz extraña le abrió la puerta preguntándole quien era bruscamente; con eso tenía suficiente para saber que no se había confundido, así que siguió con el plan. Le dijo que se llamaba María y que era la mujer de compañía que había solicitado horas antes. Él la dejó entrar con cara de baboso. Ella entró con total normalidad y al cerrar la puerta le hizo ponerse unas extrañas prendas de ropa, ella aceptó ya que sino hubiera sido descubierta porque se había presentado como tal, es decir, como María. Le siguió el juego y acabó consiguiendo llevarlo a la cama donde lo ató bravamente. Todo fue lo contrario de lo que él se imaginaba, le propinó varios golpes en la cara y le exigió gritando que le dijera dónde estaba la flor negra. En todo el momento el se negó y cuantas más negaciones hacía más se desahogaba ella.
Todas las veces que él la había maltratado ella se las estaba devolviendo. Él no tenía ni idea de su cambio de identidad así que no conoció ni a su propia ex-pareja. Mientras le golpeaba recordaba cada una de aquellas veces que él la había agredido. Con gritos despectivos y puñetazos duros de resistir. ¿La había querido alguna vez? ¿Algún día él había imaginado el dolor que ella sentía? Seguro que no. Pero ahora ella lloraba mientras le azotaba la cara. Era tonta, seguía amándole a pesar de todo lo que él le había hecho pasar. Ahora le tocaba sufrir a él, a cada cerdo le llega su San Fermín, ese era su día de sufrimiento, ese sería el día de su venganza, y además ella fue a buscarlo con solo un objetivo: encontrar la flor.
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